lunes, 23 de agosto de 2010

Tranquilidad del alma

Siempre es difícil traducir. No sólo porque se trate de otro idioma, sonidos que no usamos en nuestra vida diaria, sino que lo que decimos siempre va a depender de lo que vemos, lo que aprendimos, lo que fuimos y lo que somos. Cuánto más lejos está el otro idioma, más difícil nos es comprenderlo. Pero al mismo tiempo, esa gente de tan lejos quizá tenga otra perspectiva sobre las mismas cosas que nosotros vemos cotidianamente. Quizá esa gente le otorgue otra importancia a lo que nosotros simplemente dejamos pasar. Quizá para ellos sea más importante un concepto, un sonido, que la palabra que lo representa.

Es así como hace muchos años me acerqué a otra lengua, a otra forma de decir las mismas cosas, a otra escala de valores, a otra perspectiva. Así también es como llegué al nick que uso ahora, al nombre del blog y a tantas otras expresiones que me sacan alguna sonrisa cuando las veo aplicables en una situación.

"Kokoro" quiere decir, literalmente, corazón. Así a simple vista no difiere de la palabra que nosotros usamos para describirlo, pero si nos ponemos a pensar un ratito, caeríamos en cuenta de que usamos la palabra "corazón" para muchas otras cosas más que para ese músculo que bombea sangre. El corazón es amor, es sentimiento, es calor, es sentir, es nuestro espíritu, nuestra alma.

"Seijaku" es un poco más complicado de explicar. Casi que no tiene traducción literal al castellano, porque es un concepto muy amplio. Podría decirse que el equivalente más inmediato es "tranquilidad balanceada", pero al decirlo así, tenemos la oportunidad de ahondar mucho más en su significado y ponernos a deshilachar el fantástico núcleo de la palabra en sí. Silencio, calma, tranquilidad, balance, equilibrio, todo eso junto, en una sola palabra, un solo lugar.

El lugar que seijaku encontró en mi, es mi kokoro. Yo no lo busqué, llegó solo, un día me desperté y estaba ahí. Me sonrió, le sonreí, le ofrecí un lugar para quedarse y así lo hizo. Cada tanto tenemos discusiones, diferencias. Cada tanto seijaku se sienta en un rincón y me mira ser un poco más mundano, riéndose en silencio, viendo cómo mi vena se va hinchando y mi cuello se va poniendo colorado ante la indignación, la impotencia, la injusticia.

A partir de ahí, compartimos día a día, todos los días, desde un acorde de guitarra mal rasgado, hasta aprender algo nuevo. Nos acompañamos, me acompaña, lo acompaño, pero siempre tratando de encontrar ese equilibrio, ese balance, esa calma, ahora entre nosotros.

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