martes, 31 de agosto de 2010

Recuerdo

Probé intentar más tarde... quizá lo logre, pero no supe... intenté probar antes... y no pude, quizá lo supe, pero no quise aceptarlo... la aceptación de los bienes de cada uno, viene de dentro de uno mismo, no se puede imponer la verdad... ni siquiera regalarla... la verdad es lo se conoce con los propios ojos y con el propio sufrimiento de la piel y las neuronas... por eso fue aquél día, en el que el tiempo no era más tiempo y los lugares ya no estaban como antes, fue aquél día cuando caí sin tropezarme, y cuando me levanté sin mucho esfuerzo... fue aquél día, en el que las rosas no tenían ni color ni olor y las cosas no emitían sonido alguno... fue aquél día cuando lo que pensé inexistente se mostró ante mi, y esa fantasía negada por mi conciencia se hizo verdad... se hizo verdad para que la conociera, para que sufriera.. porque nadie dijo que la verdad, aunque mejore, no haga mal... fue aquella tarde gris de otoño.. ese otoño muy "buenosairesco" que siempre se muestra todos los junios desde hace quien sabe cuanto tiempo... esa tarde, yo estaba encerrado en mi cama (el otoño me deprime y no me inspira)... esperando a que pase el día, la semana y tal vez el mes... por qué no el año... ¿nunca sintieron querer dormirse y despertarse en un futuro no muy lejano siendo nadie?, sin que nadie los recuerde, sin que haya registro de su existencia anterior, pero sin embargo, sabiendo todo lo que uno ha aprendido en la corta existencia de nuestras vidas... volviendo a lo nuestro, a lo que nos atañe... esa tarde gris de otoño buenosairesco, yo dormí... dormí como tantas otras tardes, pero esta tarde fue distinta... soñé que todo lo que había construido se derrumbaba, que cada pieza de mi ser se perdía en los rincones más recónditos del tiempo-espacio... y que yo ya no era... y que a nadie le importaba ya mi existencia... pero sin embargo, todos me recordaban... algunos con odio, otros con alegría... pero había una excepción (como para toda regla)... ella no sabía quién era yo... no recordaba mis existencias, mis caricias, mis besos, mis abrazos, mis llantos, mis risas, mi compañía... no recordaba mis enfados, mis desenfados, mis preocupaciones, mis idas y venidas y tantas otras cosas que habíamos compartido... sin embargo, yo la veía... veía como seguía con su vida, fracasando tras cada intento que tomaba... equivocándose en cada palabra que decía y en cada concepto que pensaba... cayendo y no queriendo levantarse... yo la veía... la lloraba... hasta que entré en ella... y vi que era lo que realmente le pasaba... vi cuál era la razón de su mirada perdida, de su desacierto, de su deshonor, de su deshonra y de todos sus "des"... vi cuál era la causa de que ya no quisiera, ya no más... vi, dentro de sus propios pensamientos, que yo ya no la recordaba...

lunes, 30 de agosto de 2010

Te sentaste un día

Te sentaste un día, sola, al pie de tu cama, pero en el suelo. Pensaste durante largo rato qué había sido de tu vida hasta ese momento, y te largaste a llorar.  Fue una extraña paradoja, la razón y la consecuencia, la causa y el acto.  Sola llorabas, por estar sola. Tu pensamiento no sabía hacia dónde dirigirse, solamente se te borroneaban imágenes agresivas, tristes, pero en las que siempre existía una pared imaginaria entre vos y “el resto” (como solías llamarlos).
Nunca supiste bien qué hacer, cómo salir. Preferiste escapar a cada mínimo detalle que creías que te sacaba del camino que habías elegido, pero hoy… hoy llorabas porque ni siquiera tenías ese camino. Te sentiste a la deriva, obviamente sola. Ni todos los momentos que creíste felices podían sacarte de donde estabas hoy, sumida en la tristeza total.
Intentaste escribir, no te salían las palabras. Intentaste dibujar, pero tus trazos no tenían sentido. Intentaste hacer algo de música, pero no lograbas combinar las notas. Tenías ganas de salir a la calle, pero al mismo tiempo de quedarte encerrada… sola y con ganas de compañía… sola y con ganas de seguir sola.
Lo único que querías en ese momento de soledad, era que alguien se te acercara y te dijera las palabras justas que necesitabas oír. Pero no pasó. Lo único que necesitabas era esa cara sonriéndote, intentándote sacar adelante. Pero irónicamente, no querías ver a nadie.
Entre toda esa mezcla de sentimientos, casi inconcientemente recordaste las palabras de un “alguien” que una vez te dijo: “si no te jugás, nunca lo vas a saber”. Quizá esa fue la razón por la cual te paraste, te secaste las lágrimas, sonreíste forzosamente (pero de corazón), y viniste a llorar conmigo. Justo conmigo, porque casualmente, yo estaba llorando por vos.

sábado, 28 de agosto de 2010

Inmemorias

Un día dije que nunca añoraría lo que ya sucedió, y eso me hizo olvidar el segundo anterior. Consecuentemente también olvidé mi promesa, por eso seguí con mi vida como si nada, pero olvidando todo, para tener siempre presente. Pero me di cuenta que no era para el presente, sino que era para el futuro, entonces me sentí como en un viaje temporal, pero sin moverme de mi lugar. Sentía la corriente del tiempo fluir a través mio (o quizá era yo el que fluía a través del tiempo, vaya uno a saber). Podía dibujar con mis manos los eternos garabatos que mi memoria instantáneamente olvidaría, podía decir palabras para luego no poder hacerme cargo de ellas. Podía hacer, sin saber para qué. Miraba todo como si fuera nuevo, nunca lo había visto... los olores, los sabores; era todo nuevo.
Sin embargo un día salí a la calle. La puerta la encontré tanteando la pared, pues no recordaba su ubicación. Ya fuera comencé a caminar... y caminé, uno... dos... tres pasos... cuando de improvisto se apareció ante mi una figura que jamás había visto en mi vida (claro, era imposible recordar si la había visto o no a ciencia cierta). Esa figura me miró con la misma mirada que yo a ella, y al unísono nos preguntamos: "¿quién sos?"
Pero no sabíamos la respuesta. Fue por eso que nos regalamos al caminar acompañados. No había nada que perder. Ella también miraba todo como si fuera nuevo, me preguntó dónde vivía, pero yo no podía recordar la casa que estaba detrás mio... me preguntó mi edad y dije: "calculo que tendré alrededor de 20 años, pues no me veo tan viejo". A lo que ella rió.
Era todo extraño y a la vez extrañamente familiar. Las baldosas, los árboles, sus ojos, la calle, el empedrado, su pelo, el cielo, los cables, su boca, las paredes, las casas, su caminar.
Nos llamábamos de distintas maneras cada vez que lo hacíamos, pero siempre sabíamos a quien responderle.
Obviamente dábamos vueltas a la manzana solamente, porque no recordábamos cuál había sido nuestro paso anterior.
Y así fue, como de tantas vueltas que dimos a las mismas veredas, comenzamos a ponerle nombre a las cosas, y a llamarlas siempre del mismo modo, nos pusimos un nombre fijo para que no se diera vuelta cualquiera cuando nos intentábamos llamar. Tocamos todos los timbres de las 4 cuadras, para conocer más gente. Pero en una casa nadie respondía, así que decidimos entrar.
Crucé ese zaguán medio deteriorado para llegar al fondo. Dibujé un garabato con mi mano que seguía justo el contorno de la casa. Me sorprendí, pues el garabato habia sido dibujado aparentemente al azar. Ella sintió un olor... como a comida... y gritó "se me quema el tuco!" mientras corría a la cocina. Entré en pánico, miré la casa otra vez, y sabía que tenía goteras en el techo de las piezas, sabía de qué color era la grifería de la cocina, sabía que se cortaba el pasto los martes de cada mes. Entonces grité su nombre, que era distinto al nombre que le había puesto antes. Ella vino, me llamó por mi nombre, que también era distinto al que me había puesto antes. Nos miramos, agaché la cabeza y fui hasta la pieza. Había una valija esperándome y un boleto de avión, junto a un papel medio arrugado con su firma y otra más. Solamente faltaba la mía...

jueves, 26 de agosto de 2010

Eso

Ya sé
No necesito que me lo digas
Vos querés sólo eso
Y nada más que eso
Se te nota en la mirada
Es en lo único que pensás
Disculpame, quizá te hago sentir incómoda, pero yo no quiero eso de vos
Somos distintos pero iguales en el fondo
Me hacés acordar a mí mismo
Y seguro que yo también
Aunque sigas pensando sólo en eso que ya no sabés cómo disimular
Eso, eso, eso
Ya estoy harto de eso
Pero no sé cómo decírtelo
Y vos no te das cuenta
Y yo te digo: “salí un poco de tu mundo”
Y vos no te das cuenta
Porque sólo pensás en eso
“Eso” no es lo que vos pensás
Es lo mismo, pero lo contrario
Y si no entendés lo que te digo
Quedate pensando
Porque yo también quiero eso

miércoles, 25 de agosto de 2010

Recursivo

Nunca sabés dónde encontrar algo nuevo. Ni siquiera sabés lo que hay a la vuelta de la misma esquina que transitaste ayer. Lo único que hace falta es asomarse, correr el riesgo, tomar la oportunidad.
Siempre se aprende de las cosas nuevas, sean buenas o malas. Aunque las experiencias pasadas nos indiquen lo contrario, que no debemos asomarnos otra vez a lo que anteriormente nos lastimó la cara.
Nuevas experiencias significan más lecciones que aprender, y a su vez, eso significa que seremos mejores personas, aunque pensemos que la suerte no está de nuestro lado.
Una vez conocí una persona, cuyos ojos me dijeron mucho de ella en un primer momento. Esos ojos que hablan por sí solos, me contaron de ella que tenía ganas de aprender, ganas de aprender sobre sí misma.
Quizá fueron sus ganas de aprender las que la llevaron a hablarme, a seguir hablándome, cuando yo lo único que hacía era decirle las cosas que ella ya sabía, pero necesitaba confirmar.
Esta historia no tiene un fin, en realidad ninguna historia tiene fin, ni siquiera la historia misma. Todo está siempre "recién comenzando" y quizá, muy en el fondo quizá, ese es el verdadero sentido: siempre comenzar.

martes, 24 de agosto de 2010

Alguien me dijo...

"cuando dos personas se pertenecen, la distancia y el tiempo son secundarios, porque siempre vuelven a encontrarse"

lunes, 23 de agosto de 2010

Tranquilidad del alma

Siempre es difícil traducir. No sólo porque se trate de otro idioma, sonidos que no usamos en nuestra vida diaria, sino que lo que decimos siempre va a depender de lo que vemos, lo que aprendimos, lo que fuimos y lo que somos. Cuánto más lejos está el otro idioma, más difícil nos es comprenderlo. Pero al mismo tiempo, esa gente de tan lejos quizá tenga otra perspectiva sobre las mismas cosas que nosotros vemos cotidianamente. Quizá esa gente le otorgue otra importancia a lo que nosotros simplemente dejamos pasar. Quizá para ellos sea más importante un concepto, un sonido, que la palabra que lo representa.

Es así como hace muchos años me acerqué a otra lengua, a otra forma de decir las mismas cosas, a otra escala de valores, a otra perspectiva. Así también es como llegué al nick que uso ahora, al nombre del blog y a tantas otras expresiones que me sacan alguna sonrisa cuando las veo aplicables en una situación.

"Kokoro" quiere decir, literalmente, corazón. Así a simple vista no difiere de la palabra que nosotros usamos para describirlo, pero si nos ponemos a pensar un ratito, caeríamos en cuenta de que usamos la palabra "corazón" para muchas otras cosas más que para ese músculo que bombea sangre. El corazón es amor, es sentimiento, es calor, es sentir, es nuestro espíritu, nuestra alma.

"Seijaku" es un poco más complicado de explicar. Casi que no tiene traducción literal al castellano, porque es un concepto muy amplio. Podría decirse que el equivalente más inmediato es "tranquilidad balanceada", pero al decirlo así, tenemos la oportunidad de ahondar mucho más en su significado y ponernos a deshilachar el fantástico núcleo de la palabra en sí. Silencio, calma, tranquilidad, balance, equilibrio, todo eso junto, en una sola palabra, un solo lugar.

El lugar que seijaku encontró en mi, es mi kokoro. Yo no lo busqué, llegó solo, un día me desperté y estaba ahí. Me sonrió, le sonreí, le ofrecí un lugar para quedarse y así lo hizo. Cada tanto tenemos discusiones, diferencias. Cada tanto seijaku se sienta en un rincón y me mira ser un poco más mundano, riéndose en silencio, viendo cómo mi vena se va hinchando y mi cuello se va poniendo colorado ante la indignación, la impotencia, la injusticia.

A partir de ahí, compartimos día a día, todos los días, desde un acorde de guitarra mal rasgado, hasta aprender algo nuevo. Nos acompañamos, me acompaña, lo acompaño, pero siempre tratando de encontrar ese equilibrio, ese balance, esa calma, ahora entre nosotros.