Sin embargo un día salí a la calle. La puerta la encontré tanteando la pared, pues no recordaba su ubicación. Ya fuera comencé a caminar... y caminé, uno... dos... tres pasos... cuando de improvisto se apareció ante mi una figura que jamás había visto en mi vida (claro, era imposible recordar si la había visto o no a ciencia cierta). Esa figura me miró con la misma mirada que yo a ella, y al unísono nos preguntamos: "¿quién sos?"
Pero no sabíamos la respuesta. Fue por eso que nos regalamos al caminar acompañados. No había nada que perder. Ella también miraba todo como si fuera nuevo, me preguntó dónde vivía, pero yo no podía recordar la casa que estaba detrás mio... me preguntó mi edad y dije: "calculo que tendré alrededor de 20 años, pues no me veo tan viejo". A lo que ella rió.
Era todo extraño y a la vez extrañamente familiar. Las baldosas, los árboles, sus ojos, la calle, el empedrado, su pelo, el cielo, los cables, su boca, las paredes, las casas, su caminar.
Nos llamábamos de distintas maneras cada vez que lo hacíamos, pero siempre sabíamos a quien responderle.
Obviamente dábamos vueltas a la manzana solamente, porque no recordábamos cuál había sido nuestro paso anterior.
Y así fue, como de tantas vueltas que dimos a las mismas veredas, comenzamos a ponerle nombre a las cosas, y a llamarlas siempre del mismo modo, nos pusimos un nombre fijo para que no se diera vuelta cualquiera cuando nos intentábamos llamar. Tocamos todos los timbres de las 4 cuadras, para conocer más gente. Pero en una casa nadie respondía, así que decidimos entrar.
Crucé ese zaguán medio deteriorado para llegar al fondo. Dibujé un garabato con mi mano que seguía justo el contorno de la casa. Me sorprendí, pues el garabato habia sido dibujado aparentemente al azar. Ella sintió un olor... como a comida... y gritó "se me quema el tuco!" mientras corría a la cocina. Entré en pánico, miré la casa otra vez, y sabía que tenía goteras en el techo de las piezas, sabía de qué color era la grifería de la cocina, sabía que se cortaba el pasto los martes de cada mes. Entonces grité su nombre, que era distinto al nombre que le había puesto antes. Ella vino, me llamó por mi nombre, que también era distinto al que me había puesto antes. Nos miramos, agaché la cabeza y fui hasta la pieza. Había una valija esperándome y un boleto de avión, junto a un papel medio arrugado con su firma y otra más. Solamente faltaba la mía...
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